No sólo tuvimos la suerte de que aquello pasara precisamente así y no de cualquier otra manera, sino que además tenemos el privilegio de que, en las condiciones de nuestro planeta, los átomos se agruparon formando vida. Los mismos átomos que no lo hacen en tantos otros sitios lo hacen aquí. Así, sin más. Porque sí. Estadísticamente, es bastante probable que lo hagan en muchos otros sitios, por supuesto, pero de lo que se trata ahora es de pensar que lo hacen aquí y ahora, para que nosotros existamos.
Si además tenemos en cuenta que, a lo largo de más de 3800 millones de años (que se dice pronto), cada uno de nosotros ha pertenecido a una línea evolutiva muy concreta y afortunadísima, la única que podría haber desembocado en el material genético que llevamos cada uno de nosotros, lo cierto es que parece increíble que haya ocurrido.
Y, sin embargo, aquí estamos.
Somos una singularidad en algún punto de un inimaginablemente gigantesco Todo. Y sí, somos pequeños e insignificantes si nos medimos respecto esa inmensidad. Pero, ¿cómo podríamos afirmar que nuestra existencia carece de significado? Es pura magia desde el momento en que un espermatozoide llega a un óvulo para fecundarlo, de hecho lo es desde mucho antes de ese momento, y continúa siéndolo durante un brevísimo período de tiempo (o toda una vida, según se mire).
En estas fechas, que vienen siempre cargadas de buenos deseos y buenas intenciones, os deseo a vosotros lo mismo que quiero para mí: aprender a valorar la infinita suerte, la suerte mágica, de estar aquí en este preciso instante.