lunes, 24 de noviembre de 2008

Déjà vu

¿Quién lee diez siglos en la Historia y no la cierra
al ver las mismas cosas siempre con distinta fecha?
Los mismos hombres, las mismas guerras,
los mismos tiranos, las mismas cadenas,
los mismos farsantes, las mismas sectas.
¡Y los mismos, los mismos poetas!

León Felipe

A pesar de mi corta edad, a mí hay cosas que ya me suenan conocidas cada vez que enciendo el televisor para ver los informativos. Pero miro a mi alrededor y me pregunto si a los demás también les pasa o, como claman algunos, nuestra memoria histórica deja mucho -muchísimo- que desear, porque parece que nos sigue sorprendiendo oir las (a veces distintas) consecuencias de ciertos intereses políticos y económicos (que siempre son los mismos).

Hoy me han reenviado un artículo de Arturo Pérez-Reverte, publicado en "El Semanal" y fechado el 15 de noviembre de 1998. En él analiza, de manera brillante y mordaz, qué pasaba entonces y hacia dónde nos dirigíamos. Al no tratar sobre las consecuencias del mal que se vivieran en ese momento (como subidas de paro, inflación, etc), sino centrarse en la raíz misma del problema, al leerlo se le pone a una un nudo en la garganta. Y este artículo la deja a una tan acongojada -por no decir acojonada- porque se da cuenta de que, muy a pesar de lo que se empeñen en decirnos nuestros políticos, es ciertamente alarmante lo poquísimo que hemos avanzado en la resolución de nuestros problemas más acuciantes.

Hace 10 años, cuando "El Semanal" publicaba el artículo de Pérez-Reverte, recuerdo que Nokia lanzaba su popular modelo 3210. Ese año, fui al cine a ver el estreno de El Gran Lebowski y tenía en mi casa un PC con lo ultimísimo en procesador (lo que venía siendo un Pentium II). Hoy, tengo un teléfono con un procesador más potente que el de aquel PC en el que puedo ver aquella película en el metro si me apetece. ¿Cómo es posible que la tecnología haya avanzado tantísimo en sólo 10 años y sin embargo no hayamos sido capaces de arreglar un problema que ya teníamos hace muchísimo más que una década?

Lo único que una puede preguntarse es cómo, a estas alturas, nos siguen vendiendo la misma moto una y otra vez. Decía Camile Seé que la historia se repite, pero lo cierto es que sus lecciones no se aprovechan... ¡Qué gran verdad!


LOS AMOS DEL MUNDO

Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos.

Usted no sabe qué cara tienen, pero son ellos quienes lo van a mandar al paro en nombre de un tres punto siete, o un índice de probabilidad del cero coma cero cuatro.

Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca, y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio, o al revés, van por las mañanas a la Bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en inglés cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje, como quien comenta el partido del domingo.

Usted no los conoce ni en pintura, pero esos conductores suicidas que circulan a doscientos por hora en un furgón cargado de dinero van a atropellarlo el día menos pensado, y ni siquiera le quedará el consuelo de ir en la silla de ruedas con una recortada a volarles los huevos, porque no tienen rostro público, pese a ser reputados analistas, tiburones de las finanzas, prestigiosos expertos en el dinero de otros. Tan expertos que siempre terminan por hacerlo suyo. Porque siempre ganan ellos, cuando ganan; y nunca pierden ellos, cuando pierden.

No crean riqueza, sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tienen que ver con la economía productiva. Alzan castillos de naipes y los garantizan con espejismos y con humo, y los poderosos de la Tierra pierden el culo por darles coba y subirse al carro.

Esto no puede fallar, dicen. Aquí nadie va a perder. El riesgo es mínimo. Los avalan premios Nóbel de Economía, periodistas financieros de prestigio, grupos internacionales con siglas de reconocida solvencia.

Y entonces el presidente del banco transeuropeo tal, y el presidente de la unión de bancos helvéticos, y el capitoste del banco latinoamericano, y el consorcio euroasiático, y la madre que los parió a todos, se embarcan con alegría en la aventura, meten viruta por un tubo, y luego se sientan a esperar ese pelotazo que los va a forrar aún más a todos ellos y a sus representados.

Y en cuanto sale bien la primera operación ya están arriesgando más en la segunda, que el chollo es el chollo, e intereses de un tropecientos por ciento no se encuentran todos los días. Y aunque ese espejismo especulador nada tiene que ver con la economía real, con la vida de cada día de la gente en la calle, todo es euforia, y palmaditas en la espalda, y hasta entidades bancarias oficiales comprometen sus reservas de divisas. Y esto, señores, es Jauja.

Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos, y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad.

Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales, peligrosos, que cada vez tienen más peso en la economía mundial, muestran su lado negro. Y entonces, ¡oh, prodigio!, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con dinero de otros, resulta que las pérdidas, no.

Las pérdidas, el mordisco financiero, el pago de los errores de esos pijolandios que juegan con la economía internacional como si jugaran al Monopoly, recaen directamente sobre las espaldas de todos nosotros.

Entonces resulta que mientras el beneficio era privado, los errores son colectivos, y las pérdidas hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda. Y esa solidaridad, imprescindible para salvar la estabilidad mundial, la paga con su pellejo, con sus ahorros, y a veces con su puesto de trabajo, Mariano Pérez Sánchez, de profesión empleado de comercio, y los millones de infelices Marianos que a lo largo y ancho del mundo se levantan cada día a las seis de la mañana para ganarse la vida.

Eso es lo que viene, me temo. Nadie perdonará un duro de la deuda externa de países pobres, pero nunca faltarán fondos para tapar agujeros de especuladores y canallas que juegan a la ruleta rusa en cabeza ajena.

Así que podemos ir amarrándonos los machos. Ése es el panorama que los amos de la economía mundial nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza.

Arturo Pérez-Reverte
'El Semanal'
15 de Noviembre de 1998