miércoles, 13 de junio de 2007

Inocencia Perdida

"La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo." Dylan Thomas.

Hace poco recibí una invitación a la inauguración de una terraza. Lo cierto es que apenas reparé en ella, uno de tantos mensajes publicitarios que recibimos cada día y que nos hacen creer que la Felicidad es susceptible de ser adquirida como cualquier consumible. Pensaba dejar que se marchitara en mi bandeja de entrada, silenciosamente, sin mayores repercusiones, y entonces alguien –obviamente, alguien menos conformista que yo- nos lanzó una gran pregunta: “¿Por qué seremos tan superficiales como para decir que una go-go te hará soñar?”.

Tristemente cierto es que la obsesión por la belleza no es algo nuevo. Quienes enloquecen persiguiendo un ideal por definición efímero olvidan quiénes son en nombre de esa obsesión malsana. Dorian Gray (protagonista de la única novela escrita por Oscar Wilde) es un claro exponente: “El lienzo de Basil Hallward contenía el secreto de su vida, narraba su historia. Le había enseñado a amar su propia belleza. ¿Le enseñaría también a aborrecer su propia alma?”.

Anorexia, bulimia y otros desórdenes alimenticios asolan la juventud de los países más acomodados. Las niñas quieren ser mujeres antes de tiempo y roban las pinturas de sus madres mientras sus muñecas –anteriormente sus tesoros más preciados- quedan relegadas al olvido en algún rincón de un altillo. Los niños prestan más atención al tamaño de sus músculos que al de sus cerebros, que se van marchitando a medida que muere la curiosidad. ¿Dónde están los niños de La Gran Ciudad? ¿Dónde quedaron los sueños?

¿Por qué seremos tan superficiales como para pensar que una belleza vacía, una promesa de placer rápido, una mirada sin brillo, nos hará soñar?

Oliverio Girondo, en “El lado Oscuro del Corazón”, advierte a cada mujer que conoce: “No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! - y en esto soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo.”


Sólo soñando somos capaces de liberarnos de la carga de la lógica, del peso de los desengaños. Sólo quien no perdió sus sueños puede recuperar la capacidad de amar sin reservas, de ofrecer su corazón desnudo de nuevo una y otra vez. Sólo quien sueña sabe volar.

1 comentario:

Jose Javier dijo...

Me ha encantado el último párrafo de tú artículo, y la verdad es que no puedo estar más de acuerdo en todo lo que has escrito.

Es cierto que en estos Días de Vértigo, nos sólemos guiar por una serie de estándares (que nos marca la sociedad, pero que no deja de ser algo que nosotros mismos nos marcamos), donde la belleza o los cuerpos estilizados, son demandados por todos/as, y donde se deja de lado lo que realmente importa: la capacidad para poder pensar y ver más allá de lo que vemos a primera vista.

No seré yo quien diga que el aspecto externo no importa, porque realmente y para ser sinceros, es nuestra tarjeta de visita inicial. Pero si eso no se acompaña con algo más, con el interior, con nuestra capacidad para utilizar nuestra mente, nuestra inteligencia (sea mucha o poca), la belleza se desvanece y deja de ser un reclamo (al menos, para mí).

El problema está en que, hoy por hoy, es difícil pensar, o mejor dicho, lo fácil es dejarse llevar por lo que está de moda, por los estándares de belleza o cuerpos estilizados, y no utilizamos nuestro pensamiento, sin plantearnos preguntas incómodas o que realmente nos muevan, y sirvan para revelarnos ante lo que estamos viendo o viviendo.

Por eso, echamos en falta esa autenticidad, y cada vez es más difícil encontrar gente con esa capacidad para ser fiel a sus valores o a su verdadera forma de ser.

Pero, si hay algo que me ha gustado de tú artículo, y me parece una comparación muy acertada, es el hecho de saber "soñar" para poder "volar".

Para mí, "soñar" es una recreación de tus metas, tus objetivos, tus ilusiones o en última instancia tu sentido de la vida, y sólo "soñando" se cada día, se puede seguir "volando" afrontando nuevos retos, nuevos caminos, y por supuesto, superar todas las dificultades que nos vamos encontrando. Y para el amor, creo que esta receta también es válida.

Sólo me gustaría decirte algo, que hace mucho tiempo, me dijo un amigo mío (ese amigo que cada vez que hablo con él, me hace pensar casi tanto como cuando tú me hablas o escribes): sueña el sueño más bonito que te puedas imaginar, porque sólo soñando con lo máximo, podemos lograr alcanzar la máxima felicidad (y esto también aplica al amor :-)

PD: No tardes tanto en escribir tú próximo artículo.