"La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo." Dylan Thomas.
Hace poco recibí una invitación a la inauguración de una terraza. Lo cierto es que apenas reparé en ella, uno de tantos mensajes publicitarios que recibimos cada día y que nos hacen creer que la Felicidad es susceptible de ser adquirida como cualquier consumible. Pensaba dejar que se marchitara en mi bandeja de entrada, silenciosamente, sin mayores repercusiones, y entonces alguien –obviamente, alguien menos conformista que yo- nos lanzó una gran pregunta: “¿Por qué seremos tan superficiales como para decir que una go-go te hará soñar?”.
Tristemente cierto es que la obsesión por la belleza no es algo nuevo. Quienes enloquecen persiguiendo un ideal por definición efímero olvidan quiénes son en nombre de esa obsesión malsana. Dorian Gray (protagonista de la única novela escrita por Oscar Wilde) es un claro exponente: “El lienzo de Basil Hallward contenía el secreto de su vida, narraba su historia. Le había enseñado a amar su propia belleza. ¿Le enseñaría también a aborrecer su propia alma?”.
Anorexia, bulimia y otros desórdenes alimenticios asolan la juventud de los países más acomodados. Las niñas quieren ser mujeres antes de tiempo y roban las pinturas de sus madres mientras sus muñecas –anteriormente sus tesoros más preciados- quedan relegadas al olvido en algún rincón de un altillo. Los niños prestan más atención al tamaño de sus músculos que al de sus cerebros, que se van marchitando a medida que muere la curiosidad. ¿Dónde están los niños de La Gran Ciudad? ¿Dónde quedaron los sueños?
¿Por qué seremos tan superficiales como para pensar que una belleza vacía, una promesa de placer rápido, una mirada sin brillo, nos hará soñar?
Oliverio Girondo, en “El lado Oscuro del Corazón”, advierte a cada mujer que conoce: “No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! - y en esto soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo.”
Sólo soñando somos capaces de liberarnos de la carga de la lógica, del peso de los desengaños. Sólo quien no perdió sus sueños puede recuperar la capacidad de amar sin reservas, de ofrecer su corazón desnudo de nuevo una y otra vez. Sólo quien sueña sabe volar.
Hace poco recibí una invitación a la inauguración de una terraza. Lo cierto es que apenas reparé en ella, uno de tantos mensajes publicitarios que recibimos cada día y que nos hacen creer que la Felicidad es susceptible de ser adquirida como cualquier consumible. Pensaba dejar que se marchitara en mi bandeja de entrada, silenciosamente, sin mayores repercusiones, y entonces alguien –obviamente, alguien menos conformista que yo- nos lanzó una gran pregunta: “¿Por qué seremos tan superficiales como para decir que una go-go te hará soñar?”.
Tristemente cierto es que la obsesión por la belleza no es algo nuevo. Quienes enloquecen persiguiendo un ideal por definición efímero olvidan quiénes son en nombre de esa obsesión malsana. Dorian Gray (protagonista de la única novela escrita por Oscar Wilde) es un claro exponente: “El lienzo de Basil Hallward contenía el secreto de su vida, narraba su historia. Le había enseñado a amar su propia belleza. ¿Le enseñaría también a aborrecer su propia alma?”.
Anorexia, bulimia y otros desórdenes alimenticios asolan la juventud de los países más acomodados. Las niñas quieren ser mujeres antes de tiempo y roban las pinturas de sus madres mientras sus muñecas –anteriormente sus tesoros más preciados- quedan relegadas al olvido en algún rincón de un altillo. Los niños prestan más atención al tamaño de sus músculos que al de sus cerebros, que se van marchitando a medida que muere la curiosidad. ¿Dónde están los niños de La Gran Ciudad? ¿Dónde quedaron los sueños?
¿Por qué seremos tan superficiales como para pensar que una belleza vacía, una promesa de placer rápido, una mirada sin brillo, nos hará soñar?
Oliverio Girondo, en “El lado Oscuro del Corazón”, advierte a cada mujer que conoce: “No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! - y en esto soy irreductible - no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar pierden el tiempo conmigo.”
Sólo soñando somos capaces de liberarnos de la carga de la lógica, del peso de los desengaños. Sólo quien no perdió sus sueños puede recuperar la capacidad de amar sin reservas, de ofrecer su corazón desnudo de nuevo una y otra vez. Sólo quien sueña sabe volar.