La semana pasada me di cuenta de que me echaba de menos. Aun a pesar de ser consciente de que me estaba dejando caer en la paradoja de la escalera sin fin, en vivir pensando siempre en el mañana que nunca llega; de pronto (no sé exactamente cuándo ni cómo) mi cerebro había dejado de ser mi herramienta para convertirme en su esclava. Fui yo, totalmente consciente de lo que hacía, quien comenzó este ascenso por los peldaños de mi ambición. En mi ingenuidad, creí que sería capaz de controlarlo para lograr mis objetivos urgentes, y sí, lo dominé… pero pagué con objetivos importantes. Sin embargo, como en la paradoja de la escalera, he regresado al punto de partida.
La vida, al final, es como esta escalera ilusoria. Podemos recorrer un camino larguísimo, plagado de obstáculos, olvidarnos de quiénes somos, de quiénes queríamos ser y de a quiénes amamos… sólo para descubrir, años más tarde, que en realidad hemos vuelto al punto de partida. Quizá por eso el mejor regalo que puede hacer un padre a su hijo es un buen principio del Trayecto, un Hogar –entendiéndolo no como espacio físico, sino como estado del alma- al que siempre regresar para refugiarse y proseguir su camino.
La semana pasada, por fin, me di cuenta de que me estaba perdiendo. He escalado muchos peldaños que deseaba escalar, sí, pero no había reparado –o quizá sí, pero no quise verlo antes- en el precio que estaba pagando. He vendido mi ritmo. He vendido mi visión del mundo. Me he traicionado al volverle la espalda a la persona que quiero ser (y ésa es la más dolorosa de las traiciones). ¿Qué importa el dinero o el prestigio si me convierten en uno de los “hombres grises” de “Momo”?
Hay ciertas cosas que nos marcan de alguna forma, y a las que recurrimos en determinados momentos de nuestra vida. Para algunos es una canción, para otros una foto de tiempos pasados, una carta de alguien que les amó, una guitarra que acumula polvo en un rincón o quizá una gastada Biblia… Para mí es un poema de Rudyard Kipling: Si… (If… para los angloparlantes). La semana pasada me descubrí a mí misma releyéndolo de forma distraída mientras sorbía mi café de máquina matutino, y supe sin lugar a dudas que era hora de volver.
Estos meses de silencio de “posts” han respondido a mi incapacidad de comunicarme conmigo misma. No quería escribir porque tenía miedo de lo que pudiera llegar a decirme si me dejaba hablar de “yo a yo”. La falta de sinceridad con uno mismo parece ser un rasgo característico del Ser Humano… Pero finalmente he regresado a mi Punto de Partida, donde una vez me enseñaron a afrontar la vida y a disfrutar del mero hecho de inhalar una bocanada de aire fresco. La semana pasada supe que la clave de La Felicidad está en saber derrumbar los muros construidos durante el camino para así volver al Inicio. Necesitamos volver a recordar quiénes somos y cuál es nuestro ritmo.
La vida, al final, es como esta escalera ilusoria. Podemos recorrer un camino larguísimo, plagado de obstáculos, olvidarnos de quiénes somos, de quiénes queríamos ser y de a quiénes amamos… sólo para descubrir, años más tarde, que en realidad hemos vuelto al punto de partida. Quizá por eso el mejor regalo que puede hacer un padre a su hijo es un buen principio del Trayecto, un Hogar –entendiéndolo no como espacio físico, sino como estado del alma- al que siempre regresar para refugiarse y proseguir su camino.
La semana pasada, por fin, me di cuenta de que me estaba perdiendo. He escalado muchos peldaños que deseaba escalar, sí, pero no había reparado –o quizá sí, pero no quise verlo antes- en el precio que estaba pagando. He vendido mi ritmo. He vendido mi visión del mundo. Me he traicionado al volverle la espalda a la persona que quiero ser (y ésa es la más dolorosa de las traiciones). ¿Qué importa el dinero o el prestigio si me convierten en uno de los “hombres grises” de “Momo”?
Hay ciertas cosas que nos marcan de alguna forma, y a las que recurrimos en determinados momentos de nuestra vida. Para algunos es una canción, para otros una foto de tiempos pasados, una carta de alguien que les amó, una guitarra que acumula polvo en un rincón o quizá una gastada Biblia… Para mí es un poema de Rudyard Kipling: Si… (If… para los angloparlantes). La semana pasada me descubrí a mí misma releyéndolo de forma distraída mientras sorbía mi café de máquina matutino, y supe sin lugar a dudas que era hora de volver.
Estos meses de silencio de “posts” han respondido a mi incapacidad de comunicarme conmigo misma. No quería escribir porque tenía miedo de lo que pudiera llegar a decirme si me dejaba hablar de “yo a yo”. La falta de sinceridad con uno mismo parece ser un rasgo característico del Ser Humano… Pero finalmente he regresado a mi Punto de Partida, donde una vez me enseñaron a afrontar la vida y a disfrutar del mero hecho de inhalar una bocanada de aire fresco. La semana pasada supe que la clave de La Felicidad está en saber derrumbar los muros construidos durante el camino para así volver al Inicio. Necesitamos volver a recordar quiénes somos y cuál es nuestro ritmo.
2 comentarios:
“Recordar quiénes somos y cuál es nuestro ritmo”, pozí. Hasta tal punto comparto este objetivo que es para mí el primordial, cada día. No mido el éxito por lo que consigo, sino por lo que no me dejo robar, por lo que no me permito a mí misma perder. Así que, en primer lugar, gracias por refrescármelo —son demasiadas las voces que nos instan a seguir otra dirección—.
Muy bien traída la paradoja de la escalera ;), aunque mucho me temo que la ambición no sea la única pescadilla que se muerde la cola. Hace algún tiempo, me acuciaba el deseo de hallar la manera de bajar del tiovivo y caminar con paso propio y con sentido; pero, en gran medida, me equivocaba al pensar que ese/os tiovivo/s se había/n fraguado con entramados de circunstancias no favorecedoras. Hoy, comprendo que no puedo depender de tales variables para conseguir mi propósito. Veo que tú has identificado perfectamente los obstáculos con una actitud personal más que con unas circunstancias determinadas, creo que es un paso importantísimo. La mayor muestra de madurez es asumir la responsabilidad de tu propia felicidad —o, dicho de otra manera, el reconocimiento y defensa de tu propia identidad, de tu mismísima (the very core) humanidad—, hay quien llega a los ochenta sin haberlo logrado.
Un guiño cómplice y un abrazo de compañera de viaje. Visitaré tu blog con frecuencia por si te decides a obsequiarnos con más entradas como ésta.
Es curioso como la mente recurre al recuerdo en los momentos más absurdos. Esta tarde, estaba en el gimnasio en la máquina de step, subiendo una y otra vez el mismo escaloncito, y me he acordado de tu "paradoja de la escalera":"llevo 15 mintos aquí, de arriba para abajo y no me he movido del sitio, hay que ser...!he sudado mucho, me duelen las piernas, y dar un paso más cada vez me parece más difícil.
Creo que en la vida sucede lo mismo. Subimos millones de escalones, superamos millones de obstáculos y dificultades, nos enfretamos a decenas de problemas cada día...Poco a poco, vamos subiendo y bajando los escalones de la vida y no sabemos realmente a dónde nos dirigimos hasta que hemos llegado al final de cada escalera.En eso consiste. En buscar, en buscar tu propio camino, buscar quien eres realmente, y para conseguir encontrase a veces es necesario perderse mil veces y volver a principio.
Pero volver al mismo punto del que has partido no es un fracaso, sino simplemente el privelegio de saber que esa no era tu escalera. En mi opinión,saber lo que no quieres es un comienzo para averiguar lo que realmente quieres.
Empezar supone enfrentarte a un nuevo camino, diferente del que ya has recorrido, adoptar una nueva perspectiva. Al volver a ese km 0, no eres la misma persona que eras cuando partiste la pimera vez. Sabes que detrás de esos infinitos escalones que creías no poder llegar a subir nunca, hay algo que te está esperando; sabes que tienes, y lo que es más importane, que quieres subir para descubrirlo.
Por supuesto, vuelves a ver la escalera inmensa, pero eres consciente de que si un día la subiste, podrías volver a hacerlo, pero esta vez por otra ruta, que tal vez tampoco te guste, y volveras a bajar y a subir de nuevo, el eterno retorno...
Sólo debes aprender de cada cosa,fortalecerte con cada obstáculo, aprender de cada error, y sobre todo disfrutar de cada paso. Sólo así tiene sentido el camino.
El destino final es lo más irrelevante, al fin y al cabo, cuando llegue, ya no estaremos aqui para hacer balance. Lo que importa es querer llegar a algún sitio, y tener la ilusión y la fuerza de no quedarte parado viendo la vida pasar.
Mucha gente cree que la felicidad es un fin, un día te levantas y te das cuenta de que eres feliz... Por qué??La felicidad es EL MEDIO, para que el último día de tu vida cierres los ojos y te des cuenta de que no te queda nada por descubrir.
Por eso, no creo que la ambición (ambición "sana")sea mala. Tener éxito y ser feliz no son incompatibes. Si deseas ese éxito, por qué no?
Alguien me dijo desde muy pequeña que la diferencia entre éxito y felicidad era que el éxito es tener todo lo que deseas, y la felicidad es desear todo lo que tienes.
Ten éxito, pero disfruta del éxito, sé consiciente de que después de subir puedes caer, de que todo lo que tienes lo puedes perder, y de que todo lo que no tienes lo puedes ganar...
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