¿Nunca os habéis preguntado a dónde se dirige esta sociedad en la que nos ha tocado sobrevivir? ¿Qué valores nos mueven? ¿Podremos encontrar la felicidad en una sociedad que continuamente nos recuerda lo mucho que aún no tenemos y nos pretende enseñar cómo debería ser nuestra vida?
Esta sociedad nos contamina desde nuestra más tierna infancia… nos enseña que la amistad se compra con donettes y que niños y niñas pertenecen a universos diferentes e irreconciliables. Nos enseña a querer ser los mejores, porque sólo los que destacan consiguen el respeto y el cariño de compañeros, padres y profesores. Nos enseña a orientarnos hacia la consecución de determinados resultados para obtener compensaciones materiales (dinero o regalos por traer buenas notas a casa, o una enorme pizza por ganar una medalla de oro en natación). Desde que somos niños se nos enseña a competir con los demás para llegar a ser alguien.
Después llega la adolescencia, y tenemos que hacer frente a la increíblemente poderosa ola de hormonas que suplanta nuestros cerebros y nos convierte en seres atormentados e incomprendidos durante un periodo de tiempo que, en ciertos casos, se alarga más de lo debido. Por algún extraño motivo que escapa a mi entendimiento, en este periodo nos llenamos de complejos. Hasta mi adolescencia, a mí me daba igual que me sobraran unos kilitos o tener pelos en las piernas. Pero ¡ay! Llegan los catorce años y de repente un grano en la cara es un drama de dimensiones shakespearianas… De pronto somos vulnerables y estamos perdidos, pero ahí esta nuestra fantástica sociedad para guiarnos por el camino correcto: Cremas para el acné, películas que nos enseñan que lo más importante de esta etapa vital es perder la virginidad antes que los demás amigotes de la pandilla, pero eso sí, vete a la universidad que aún tienes que ser mejor que los demás y por dios deja de comer bollos que vas a engordar (y eso que en la infancia los donettes eran lo más…).
Total, que llegamos a nuestra etapa adulta habituados a la competitividad y al hedonismo (curiosa pareja de valores). De lunes a viernes hay que pelear, trepar, conseguir mejores cifras que los demás… Y el fin de semana hay que disfrutar como si no quedaran más noches por delante, hay que perderse en las calles más oscuras para renacer cada mañana con alguien diferente al otro lado de la cama. En realidad seguimos buscando lo mismo que cuando éramos niños: respeto y –sobre todo- cariño.
Al final la sociedad en la que vivimos, esta sociedad distorsionada y deshumanizada, no nos ha enseñado nada. Todos los bebés saben que sólo tienen que sonreír para conseguir cariño, y está visto que la sabiduría es inversamente proporcional al tiempo que pasamos sometidos a esta Distorsión Social, así que… ¡sonríe!
Esta sociedad nos contamina desde nuestra más tierna infancia… nos enseña que la amistad se compra con donettes y que niños y niñas pertenecen a universos diferentes e irreconciliables. Nos enseña a querer ser los mejores, porque sólo los que destacan consiguen el respeto y el cariño de compañeros, padres y profesores. Nos enseña a orientarnos hacia la consecución de determinados resultados para obtener compensaciones materiales (dinero o regalos por traer buenas notas a casa, o una enorme pizza por ganar una medalla de oro en natación). Desde que somos niños se nos enseña a competir con los demás para llegar a ser alguien.
Después llega la adolescencia, y tenemos que hacer frente a la increíblemente poderosa ola de hormonas que suplanta nuestros cerebros y nos convierte en seres atormentados e incomprendidos durante un periodo de tiempo que, en ciertos casos, se alarga más de lo debido. Por algún extraño motivo que escapa a mi entendimiento, en este periodo nos llenamos de complejos. Hasta mi adolescencia, a mí me daba igual que me sobraran unos kilitos o tener pelos en las piernas. Pero ¡ay! Llegan los catorce años y de repente un grano en la cara es un drama de dimensiones shakespearianas… De pronto somos vulnerables y estamos perdidos, pero ahí esta nuestra fantástica sociedad para guiarnos por el camino correcto: Cremas para el acné, películas que nos enseñan que lo más importante de esta etapa vital es perder la virginidad antes que los demás amigotes de la pandilla, pero eso sí, vete a la universidad que aún tienes que ser mejor que los demás y por dios deja de comer bollos que vas a engordar (y eso que en la infancia los donettes eran lo más…).
Total, que llegamos a nuestra etapa adulta habituados a la competitividad y al hedonismo (curiosa pareja de valores). De lunes a viernes hay que pelear, trepar, conseguir mejores cifras que los demás… Y el fin de semana hay que disfrutar como si no quedaran más noches por delante, hay que perderse en las calles más oscuras para renacer cada mañana con alguien diferente al otro lado de la cama. En realidad seguimos buscando lo mismo que cuando éramos niños: respeto y –sobre todo- cariño.
Al final la sociedad en la que vivimos, esta sociedad distorsionada y deshumanizada, no nos ha enseñado nada. Todos los bebés saben que sólo tienen que sonreír para conseguir cariño, y está visto que la sabiduría es inversamente proporcional al tiempo que pasamos sometidos a esta Distorsión Social, así que… ¡sonríe!